No es de las zonas italianas de mayor turismo internacional, pero, sin embargo, son los propios italianos unos turistas siempre dispuestos a conocer aquellos rincones, y sin duda merece la pena. Por una cuestión de tamaño y distancias, hay que fijarse el tiempo de estancia en función de los pueblos y ciudades que se quieran conocer, además de tener en cuenta la temporada del año en la que se visita. En nuestro caso, que optamos por Diciembre y sólo 3 días disponibles, nos centramos en tener como base la ciudad de Bari, y de ahí, alquilando un coche (lo más cómodo e "italiano", un Fiat 500), seleccionamos 5 pueblos para visitar.
Durante el primer día, optamos por visitar la zona costera y más reconocida cerca de Bari, y así nos plantamos en Monopoli, con un casco viejo de callejas y empedrado, que desembocan en el puerto, donde poder encontrar Trattorias para degustar un plato típico de la zona, no apto para todos los paladares, como el marisco y pescado crudos, el "sushi" pugliano.
Como el horario de comida en Italia es muy a la europea, normalmente, dio tiempo de llegar de día a la localidad de Domenico Modugno, la conocida y fotografiada Polignano a Mare, con esos tonos blancos y elegantemente encaramada en un acantilado donde el Mar Adriático impacta y deja su marca. Un lugar perfecto para dejar caer la noche.
De vuelta a Bari, tras un rápido paso por nuestro alojamiento, el céntrico Hotel Boston, un paseo sin complicaciones por Bari Vecchia, haciendo algo de tiempo para terminar el día en el agradable ambiente de la elegante Enoteca del Centro, donde se pueden comprar excelentes vinos y degustar in situ buenas viandas bien regadas.
Ya de lleno en la segunda jornada, el plan era visitar, sin prisas, 3 de los pueblos de interior con más encanto. Arrancamos con el desplazamiento hasta Gravina in Puglia, donde nos dedicamos a recorrer su casco antigüo, cruzar y fotografiar desde distintos ángulos su reconocible Puente del Acueducto (rodeado de tradiciones), o sorprendernos con sus iglesias rupestres. Un pueblo muy visitado, lo cual comprobamos a la salida, por el enorme número de coches que hacía allí se acercaban, formando un imponente atasco (del que nos libramos).
Pusimos rumbo, en la idea de llegar a comer, hacia las otras dos localidades, en territorio de trullos (trulli). Por cuestión de iluminaciones navideñas, comenzamos por Alberobello, ese lugar de ensueño y cuento de otras épocas, una joya perdida en el Valle de Itria. La elección para comer fue, sin duda, excelente : Trattoria Terra Madre, acogedor en todos los sentidos, con un amplio huerto propio, que te obligaba a proar sus platos de verduras en perfecto punto de elaboración; una carta limitada, pero bien seleccionada, y unos vinos que completan perfectamente la oferta. Se encuentra junto al Trullo Sovrano, en la parte Norte y el único con 2 plantas de los 1.500 inscritos desde 1996.
Tras pasar junto a la imponente Basílica Santi Medici, irremediablemente nos dirigimos hacia el Distrito Monti, donde se concentran la mayor parte de los trulli, y entre cuyas callejuelas te transportan a lo que parece un escenario preparado para una película. Comercios, alojamientos y casas privadas se entremezclan, y resuelta difícil no quedarse embelesado con tanto encanto cautivador.
Empezaba a caer la noche, y era el momento de rematar las visitas del día, con otra enorme sorpresa, muy cerca de allí : Locorotondo. Y es que la iluminación navideña de toda la zona del Casco Viejo (hasta lo que denominan el "paseo marítimo") convierte el lugar en uno de los pueblos navideños más bonitos en cuanto a sus adornos, guirnaldas y luces. Un vino con calma, ante la gran marabunta humana que recorría sus calles de casas blancas, no faltó, entre paseo y paseo, admirando cada rincón decorado.
Vuelta a Bari, ligero paseo y cena en otra de las interesantes vinotecas que tanto se prodigan en la ciudad : Enomezcla, donde combinan su buena carta de vinos, con una carta de platos internacionales de distintos estilos.
El último día, para evitarnos desplazamientos, lo dedicamos a la capital de Puglia. Tras acercarnos a la zona del puerto pesquero, y observar a los pescadores que ofrecían sus productos frescos, nos dirigimos al paseo costero, y desde ahí acceder a Bari Vecchia a la altura de la Basílica de San Nicolás (Siglo XI), el patrón de la ciudad. Rincones y calles angostas, esas señoras elaborando orecchiette (pasta en forma de "orejitas", que le da nombre) a la puerta de sus casas, y acabar desembocando en la plaza de la Catedral (San Sabino), donde disfrutar sin prisa de un buen vermú admirando su fachada principal, para salir de la zona junto al Castillo.
Sólo quedaba buscar un buen sitio para comer, antes de la vuelta, y optamos por alejarnos un poco del centro, a unos 25 minutos andando, seleccionando un local con mucha afluencia autóctona : Peppo. Pasta fresca (donde no podían faltar unos orecchiette, claro) y variadas entradas, con una buena RCP, en un ambiente agradable y con atención adecuada.
Ya sólo queda pensar en el siguiente viaje...
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